EL CUADERNO DE RICARDO
Por:
RICARDO BELLO GOMEZ
Como
cada cuatro años, el próximo 9 de marzo tendremos elecciones para el Congreso.
Como es usual, la mayoría de la ciudadanía se está preguntando sobre la
utilidad de las elecciones y de “tanto congresista que no hace sino robar”,
está tratando de recordar por quienes votó la vez pasada y está determinando si
ese domingo se toman el trabajo de suspender sus actividades cotidianas y van a
sufragar, para elegir a unas personas que no saben, a ciencia cierta, que es lo
que van a hacer al Capitolio. Es así como los altos índices de abstención
(normalmente cercanos al 60%, 10% más que para una elección presidencial o
local) están plenamente justificados cuando el Congreso solo resulta mencionado
en los medios por escándalos propios (la vergonzosa reforma a la justicia, los
aumentos de primas) o los de sus miembros (parapolítica, tráfico de
influencias) y muy pocas veces por proyectos de ley o debates de control
político que realmente impacten a la sociedad en forma positiva.
Resulta
lógico (y necesario) que surjan iniciativas para que los ciudadanos y
ciudadanas cambiemos nuestra perspectiva sobre la importancia del derecho al
voto y la forma como lo ejercemos. Un raudo caudal electoral, en la dirección
correcta, arrasaría con la estructura de las maquinarias electorales, las
cuales están diseñadas sólo para obtener un determinado número de votos
“amarrados”, suficientes para asegurar la curul. Por eso es importante que como
sociedad nos pongamos de acuerdo en que el ejercicio del voto es la primera y
más poderosa herramienta para expresar nuestro inconformismo. Pero una votación
masiva no es suficiente por sí sola; si se cae en la costumbre de votar por “los
mismos de siempre” (el de la valla más grande, la de la cuña radial más sonora)
no esperemos resultados diferentes.
Tampoco
ayuda dejarse llevar por la frustración y la rabia y votar en blanco, pidiendo
“que se vayan todos”, como ha sido fuertemente promovido en las redes sociales;
creo no equivocarme si digo que nunca antes el voto en blanco había alcanzado
tales niveles de intención electoral. Es una idea romántica y emotiva, el
pueblo castigando a la clase política con un mayoritario voto en blanco que
obligue a repetir las elecciones; me recuerda
el “Ensayo sobre la Lucidez” del gran José Saramago, tremenda novela de
crítica política y social del Nobel portugués. Pero es eso, una gran ficción que
no llevaría a consecuencias institucionales reales; bajo nuestro marco legal,
las elecciones se repetirían cambiando candidatos, pero solo participarían las
listas que superaran el umbral, y aun si en las nuevas elecciones ganase el
voto en blanco, las curules quedarían distribuidas. ¿Quiénes van a tener el
músculo financiero para pasar el umbral en la primera elección y apoyar a sus
candidatos de manera exitosa en la segunda? Pues “los mismos de siempre”.
La
forma realmente efectiva para combatir
las prácticas clientelistas y corruptas a las que nos han venido sometiendo es
votando conscientemente, tomándose el tiempo para revisar hojas de vida,
trayectorias y propuestas de los candidatos y candidatas. Sin duda no es una
tarea fácil, ya que nuestro sistema electoral no ayuda mucho (tema para otro
escrito) al entregarnos un listado enorme de nombres tanto para el Senado como
para la Cámara. Pero es necesario indagar, cuestionar, ¿de dónde provienen?, ¿cuáles
son sus intereses?, ¿qué experiencia los avala para postular?, ¿se han
preparado para ello? Seguro que entre 740 candidaturas al Senado y 180 a la
Cámara en el caso de Bogotá vamos a encontrar un par de aspirantes con la
capacidad y la voluntad de representarnos debidamente en el Congreso. Asumamos
el compromiso ciudadano de ejercer el voto de la manera más consciente posible
para ayudar a construir una mejor cultura política y no dejemos pasar una
oportunidad más.
Twitter: @ricardoabello
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