8 de febrero de 2014


EL CUADERNO DE RICARDO


Por: 
RICARDO BELLO GOMEZ


Como cada cuatro años, el próximo 9 de marzo tendremos elecciones para el Congreso. Como es usual, la mayoría de la ciudadanía se está preguntando sobre la utilidad de las elecciones y de “tanto congresista que no hace sino robar”, está tratando de recordar por quienes votó la vez pasada y está determinando si ese domingo se toman el trabajo de suspender sus actividades cotidianas y van a sufragar, para elegir a unas personas que no saben, a ciencia cierta, que es lo que van a hacer al Capitolio. Es así como los altos índices de abstención (normalmente cercanos al 60%, 10% más que para una elección presidencial o local) están plenamente justificados cuando el Congreso solo resulta mencionado en los medios por escándalos propios (la vergonzosa reforma a la justicia, los aumentos de primas) o los de sus miembros (parapolítica, tráfico de influencias) y muy pocas veces por proyectos de ley o debates de control político que realmente impacten a la sociedad en forma positiva.

Resulta lógico (y necesario) que surjan iniciativas para que los ciudadanos y ciudadanas cambiemos nuestra perspectiva sobre la importancia del derecho al voto y la forma como lo ejercemos. Un raudo caudal electoral, en la dirección correcta, arrasaría con la estructura de las maquinarias electorales, las cuales están diseñadas sólo para obtener un determinado número de votos “amarrados”, suficientes para asegurar la curul. Por eso es importante que como sociedad nos pongamos de acuerdo en que el ejercicio del voto es la primera y más poderosa herramienta para expresar nuestro inconformismo. Pero una votación masiva no es suficiente por sí sola; si se cae en la costumbre de votar por “los mismos de siempre” (el de la valla más grande, la de la cuña radial más sonora) no esperemos resultados diferentes.

Tampoco ayuda dejarse llevar por la frustración y la rabia y votar en blanco, pidiendo “que se vayan todos”, como ha sido fuertemente promovido en las redes sociales; creo no equivocarme si digo que nunca antes el voto en blanco había alcanzado tales niveles de intención electoral. Es una idea romántica y emotiva, el pueblo castigando a la clase política con un mayoritario voto en blanco que obligue a repetir las elecciones; me recuerda  el “Ensayo sobre la Lucidez” del gran José Saramago, tremenda novela de crítica política y social del Nobel portugués. Pero es eso, una gran ficción que no llevaría a consecuencias institucionales reales; bajo nuestro marco legal, las elecciones se repetirían cambiando candidatos, pero solo participarían las listas que superaran el umbral, y aun si en las nuevas elecciones ganase el voto en blanco, las curules quedarían distribuidas. ¿Quiénes van a tener el músculo financiero para pasar el umbral en la primera elección y apoyar a sus candidatos de manera exitosa en la segunda? Pues “los mismos de siempre”.

La forma  realmente efectiva para combatir las prácticas clientelistas y corruptas a las que nos han venido sometiendo es votando conscientemente, tomándose el tiempo para revisar hojas de vida, trayectorias y propuestas de los candidatos y candidatas. Sin duda no es una tarea fácil, ya que nuestro sistema electoral no ayuda mucho (tema para otro escrito) al entregarnos un listado enorme de nombres tanto para el Senado como para la Cámara. Pero es necesario indagar, cuestionar, ¿de dónde provienen?, ¿cuáles son sus intereses?, ¿qué experiencia los avala para postular?, ¿se han preparado para ello? Seguro que entre 740 candidaturas al Senado y 180 a la Cámara en el caso de Bogotá vamos a encontrar un par de aspirantes con la capacidad y la voluntad de representarnos debidamente en el Congreso. Asumamos el compromiso ciudadano de ejercer el voto de la manera más consciente posible para ayudar a construir una mejor cultura política y no dejemos pasar una oportunidad más.


Twitter: @ricardoabello




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