21 de septiembre de 2011

Guarapo disfrazado de amarillo



No podemos desconocer que atravesamos por una dura crisis económica y social, las cifras estadísticas de pobreza  y desempleo así lo demuestran. Mientras tanto estamos en tiempos de campaña para nuevas elecciones conocidas como territoriales. Como si nada estuviera en curso, los políticos sus nombres y los de sus candidatos como la alternativa para superar para siempre los problemas que nos aquejan. Vuelve juega la desmemoria ciudadana, una falta de cultura y formación política fruto del cual el politiquero de turno hace y deshace. Actúan sin temor a costo político que pudiera tener su indolencia y ánimo de enriquecimiento fácil a costillas del erario. Van tranquilos ante la ausencia total de la indignación comunitaria que reclame un manejo directo y honrado de los asuntos y recursos públicos.

Ese desinterés mayoritario por lo público o la despolitización que domina amplios sectores de la sociedad, es resultado de compuesta de varias explicaciones: los contenidos y lógicas de la escuela que alejan al estudiante de sus deberes comunes; el camino rector de los destinos públicos, unidos a la corrupción; el papel del caudillismo, constante de las prácticas políticas; el individualismo, que encontramos en los barrios y comunas de las urbes. Se hace ejercicio político sólo de representación, por lo que el interés de lo público no llega lejos sino se convierte en interés individual, excluyente, privado a una casta tradicional. La falta de cultura sobre lo público y la política, la abstención electoral creciente es resultado precisamente de esas causas. Se mueve la voluntad del voto de bastantes ciudadanos hacia quien de poco o mucho, pero que sea efectivo. Así como los delincuentes apuntan, el método tiene nombre propio “clientelismo” y la politiquería de dar de comer uno o dos días tamal, lechona con cerveza y guarapo disfrazado de amarillo.  Desgraciadamente las elecciones no las ganan quienes pueden desarrollar políticas específicas que conlleven a cambios estructurales positivos de las mayorías. No es sino recordar la presencia en las diferentes corporaciones de la permanencia ininterrumpida y cuasi eterna de “ilustres padres de la patria”, sin una labor que en algo se pueda destacar. Las cada día más cuestionadas elección y la reelección del amo del Ubérrimo, así como de sus candidatos en municipios y departamentos, son la muestra palpable de esta desgracia en el “juego político”. La Picota, en Bogotá, y otras cárceles en el resto del país –además de algunas localizadas en los Estados Unidos– guardan entre sus paredes una parte de la explicación del cómo y por qué. Con base en estas prácticas determinantes de la cultura electoral, terminan por agrietar la credibilidad en el propio sistema político electoral y los partidos y “movimientos” que lo sustentan. 

Desgraciadamente no brillarán las propuestas fundamentadas en el fondo de la diversa problemática de la sociedad y se repetirán las coyunturas ya tradicionales. Claro uno siempre posa de optimista y sueña que la ciudadanía decidirá a favor de aquellos que conduzcan lo público a cambios sustanciales y dirigidos a las mayorías. El 30 de Octubre es la oportunidad para proyectarnos sobre el futuro, ocasión no aprovechable sin valorar en forma adecuada la crisis general del sistema. La democracia necesita nuevos aires, y los mismos reposan en una ciudadanía que no delegue sino que asuma como propio todo lo que es público. Que los errores del inmediato pasado en el distrito y en la nación no se repitan. No Más de lo mismo.

                    Twitter:  @jairoamezquita