(Febrero 20 de 2013). Publicado en el N.S.
Por : Horacio Serpa
“La vida no vale nada”, dice una famosa canción ranchera.
En Colombia, según el reciente caso por el cual fue asesinado Nicolás Acosta en
el sur de Bogotá, vale doscientos pesos. Es lo que dicen las noticias, según
las cuales el menor de 14 años fue apuñalado seis veces cuando se negó a
entregarle a su agresor esa cantidad que le exigía.
Es una desgracia. Pero es lo que está ocurriendo. De
tanto matar, de tanto vivir en medio de asesinatos y masacres, nos
acostumbramos a la muerte. Nada nos sorprende en materia de violencia. Siendo,
según la famosa encuesta, “el país más feliz del mundo”, somos también
campeones en asesinatos.
Aquí se mata por todo. Por plata, por política, por
rabia, para amedrentar a la comunidad, por machismo, para que no se testifique,
por lo que se dijo en una declaración ante los jueces, por sapos, por un
celular, por no tener dinero, como en las películas de gansters “porque sabía
demasiado”.
Se mata en la guerra de las guerrillas, en la de los
paramilitares, matan los narcotraficantes y los traquetos, matan los de las
bacrim, matan los encargados por el Estado de evitar que los miembros de la
comunidad sigan matando. La delincuencia común asesina. Todos los malos eliminan
al adversario, al que van a robar, al que deben “despachar” por encargo en
oficios sicariales. Y matan los buenos, por celos, porque “se les va la mano”
en la muenda diaria a la pareja, lo hacen en el matoneo colegial, lo hacen al
calor del licor que se consume para alcanzar la alegría que no se tiene porque
no existe bienestar social ni tranquilidad familiar.
Los medios solo reportan muertes, lágrimas, dolores,
venganzas. Pero es que no hay nada más que informar. Aquí se cumple a la letra
el adagio según el cual “para morir se nace”. Solo que la muerte ocurre antes
de tiempo, a los quince años, a los veinte. Cuando desde Israel Simón Pérez
recordó que “en la paz los hijos entierran a los padres y en la guerra los
padres entierran a los hijos”, ya sabíamos que ello es cierto solo en el 20%.
El 80% de nuestros muertos, en cantidades que no supera ningún país del mundo,
mueren jóvenes, en la calle, en el campo,
y lo lloran sus padres y sus abuelos.
Llevamos la muerte en la música, en el olfato, en los
recuerdos. Muerte atroz, muerte espeluznante, muerte con motosierra, con
torturas, con minas, aplacando la sed con la sangre de las víctimas y jugando
futbol con sus cabezas. Y no asumimos una actitud valiente para acabar la
guerra y extirpar los otros tumores que matan por cuchillo, por pistola, por
asalto, a traición, en desplomado.
No
reaccionamos, siendo que vivimos al revés. Ni siquiera se cumple el verso del Julio Flórez, “todo nos llega
tarde, hasta la muerte”. Pocos gozamos de ese “privilegio”. Muchos mueren antes
de tiempo. Pero no hacemos nada.
Twitter: @HoracioSerpa