(Diciembre 24 de 2012) Popayán
Por : Horacio Serpa
Acabamos
de gozar una de las fechas más estimadas por la comunidad cristiana: la
Navidad, el nacimiento del Niño y la rememoración de todos los principios que
surgieron del ejemplo de Jesús. La Nochebuena que acaba de pasar, con sus
fiestas y los regalos, es la confirmación de un compromiso de vida, que nos
induce a ser mejores, más solidarios, mucho más íntegros, generosos en la
familia y condescendientes en comunidad.
De
tantas cosas que queremos, ninguna es tan necesaria, tan ecuménica, como la
paz. No hay en el País casi nadie que sepa lo que es una vida tranquila y pacífica. Es un horror decirlo, pero es la
verdad. Tal vez los más ancianos, los de 80 y 90 años, en la niñez gozaron un
período de paz. Pero a buen seguro que desde su juventud solo han registrado
violencia y han sido muchos los parientes y amigos, compañeros de trabajo y
copartidarios, paisanos, a los que han llorado con indignación.
De
allá para acá, todas y todos han sufrido directamente la violencia o sus
consecuencias. Una de ellas, por cierto, es la pobreza, que afecta a la mitad
de nuestra población. Es la ingrata secuela de una guerra atroz, que primero
comprometió a liberales y conservadores durante 15 años en sangriento
aquelarre, y luego se hizo insensata, despiadada y destructora con el accionar
de guerrillas, paramilitarismo, narcotráfico y delincuencia común. Ha sido el
reciclar de la barbaridad en todas las modalidades y en todas las dosis. Un desastre
total.
Los
cristianos de todas las religiones, de todos los partidos, de las diferentes
condiciones sociales y económicas, en las distintas regiones, aprovechamos
estos días para imponernos deberes y hacer fe de mejores comportamientos y
actitudes. Ninguna definición mejor ni promesa más altruista, que volvernos
estandartes de la convivencia.
Ello
implica apoyar el proceso de paz que el gobierno del presidente Santos y las FARC
adelantan en La Habana. Nos dicen las noticias que las conversaciones van bien,
avanzando con paso seguro. Dichos comentarios son motivo de alegría y han de
servirnos para comprometernos fielmente a colaborar en todo lo que sea
necesario para que de esa mesa de deliberaciones salga un compromiso ineludible
de poner fin al conflicto armado.
Con
frecuencia se pregunta, ¿cómo ayudar?. Solo con tener una voluntad sincera
proclive a los acuerdos y la firme decisión de cooperar en el cumplimiento de
estos, en cuanto correspondan a la comunidad, es una magnífica participación.
Ella
implica desatender a los agentes de la violenta lucha interna. Porque hay
personas y organizaciones que desean la continuación de la guerra fratricida.
Dígase lo que se diga, es una conflagración violenta entre colombianos, con
víctimas exclusivamente colombianas y con daños profundos, incurables a la
sociedad colombiana.
Entonces,
con un sentimiento colombiano, con espíritu cristiano, asumamos un firme,
decidido, inclaudicable respaldo a la paz. Que esa sea la promesa para el nuevo
año, en el que seamos tolerantes, demócratas, equitativos y solidarios.
FELICES PASCUAS Y MUCHOS ABRAZOS,
Twitter: @HoracioSerpa