(Marzo 06 de 2013). Publicado en el N.S.
Por : Horacio Serpa
Las
informaciones oficiales sobre la salud del presidente de Venezuela el lunes por
la noche, anunciaron el fatal desenlace: “Se le sigue aplicando quimioterapia,
no ha cedido la afección respiratoria y su estado de salud es muy delicado”. En
ningún momento anterior los comentarios habían sido tan pesimistas ni la cara
del Ministro se había visto tan triste. Definitivamente el estadista se
encontraba muy grave y era inminente su deceso.
No
fui de los que gozó su enfermedad. Al
contrario, la lamenté como deploro su fallecimiento. Hugo Chávez se caracterizó
por su liderazgo y por la lealtad que mantuvo con los sectores populares de su
país, con los cuales siempre estuvo comprometido. Cualquier cosa que se diga de
su estilo, de su lenguaje, de sus desplantes, de su actitud desafiante, de su
infatigable manera de luchar en favor de una revolución con la cual siempre se
mostró comprometido, no podrá ocultar su devoción por la causa reivindicadora
en la que creyó hasta el último suspiro.
Chávez
llegó a la Presidencia de la República cuando era evidente la decadencia de los
Partidos que surgieron luego de ominosas dictaduras. Acción Democrática y Copey
vivieron épocas de esplendor, durante las cuales se disputaron el poder por las
vías democráticas, y sin duda cumplieron importantes gestiones. Los abusos de
unos, la corrupción de otros, la falta de respuestas concretas a las
reclamaciones populares de bienestar, la complicada situación social, las
distorsiones económicas en un sistema apoyado casi que exclusivamente de la
industria petrolera, generaron desgaste, decepción, enormes controversias y
rechazos, hasta el punto de que el pueblo buscó opciones distintas.
La
presidencia de Chávez fue una respuesta. Había intentado llegar por la fuerza
de las armas pero fue derrotado y sancionado. Exculpado, buscó el camino de la
legalidad y triunfó con la consigna de remplazar el establecimiento político y
económico por un sistema participativo en el que imperara la justicia social.
Para ello propuso una profunda reforma constitucional y durante años se dedicó
a cumplir lo prometido. Nadie puede decir que incumplió su palabra.
Si
la política es impredecible, qué decir de la vida. En el momento más importante
de la revolución, lo sorprendió una de las más graves enfermedades. El
comandante le puso la cara. Empezó una lucha a fondo para vencerla y se
comportó como un buen soldado, sin tregua, sin descanso, sin duda con enormes
padecimientos. En medio de esa situación tenaz, tuvo fuerzas para encabezar una
contienda que lo llevó a ganar de nuevo la Presidencia. Después vino su
valiente despedida, la designación de sucesor, los últimos buenos deseos para
su pueblo y el combate postrero contra la enfermedad y lo irremediable.
Sin
nunca entregarse, sin quejarse, murió en
la lucha. Esa fue su vida. Entregada por entero a sacar adelante un modelo
propio que ofreciera bienestar al pueblo que reiteradamente le dio confianza y
poder. Ojalá que sus esfuerzos fructifiquen y los sucesores sepan interpretar
adecuadamente su legado.
Twitter: @HoracioSerpa