7 de febrero de 2013

Carta pública a don Hernán Peláez

(Febrero 06 de 2013). Publicado en el N.S. 

Por : Horacio Serpa

Apreciado Hernán:

Supe por la revista Semana de su cumpleaños número setenta, celebrado en el calor de su familia y de sus amigos. Lo felicito. Llega usted a esa edad en buen estado de salud y con el goce pleno de las facultades intelectuales, como lo sabemos los fanáticos del fútbol y los admiradores de La Luciérnaga.

De su obra y milagros sabemos los colombianos por su trayectoria en el periodismo, por Caracol y por el libro que publicó Edgar Artunduaga, que leí con satisfacción.

Le escribo porque también entré al círculo de los setentones. Es realmente satisfactorio. Son pocos los que de niños oyeron hablar de Pedernera, Diestéfano, Rossi, Julio Cossi y escucharon las hazañas del Real Madrid hace más de medio siglo. Los muchachos de entonces gozamos las narraciones deportivas de Carlos Arturo Rueda, a quien no hemos olvidado, como a usted lo recordarán con alegría los amigos del fútbol durante el resto del siglo.

Le confieso que tenía mucho miedo de llegar a los setenta. Semanas antes fui a un chequeo médico ejecutivo del que salí entre contento y turulato pues los médicos me dijeron, sobre las dolencias y síntomas que les conté: “no se preocupe, a su edad es natural”. Medio conforme e intrigado les pregunté si me formulaban algún medicamento y me contestaron que “todavía no se ha inventado nada apropiado, pero le informaremos si se descubre algo novedoso”.

Volví a la carga preguntándoles si podía seguir tomando omega 3, espirulina, uña de gato, ginseng, ginkgo bilova, centrum, palmeto y CQ-10, comprados a escondidas de Rosita en un reciente viaje a Miami: “No sirven para nada, pero si lo hace feliz siga consumiéndolos”, me contestaron.

Motivos de alegría, muchos. En los circos y museos solo se paga la mitad del precio de entrada; no nos dan pase para conducir y así evitamos accidentes; las señoritas nos ceden la silla en el bus; no hay que hacer colas ni siquiera el día de las elecciones porque la mayoría de los del censo electoral ya no son de este mundo.

Cuando comentan algo desagradable decimos que no escuchamos; si nos preguntan por cosas del pasado podemos explicar que no nos acordamos; hay ascensores exclusivos para niños, discapacitados y ancianos; nos podemos salir de las conferencias cansonas y nadie dice nada. Y ahora ya es de recibo hablar, en las reuniones sociales y políticas, de las aventuras y desventuras de la próstata.

Llegar a estas alturas es un privilegio. Desdichados los jóvenes y de malas los que no puedan pasar de los cincuenta. De la que se van a perder. Especialmente los políticos, porque solo en la cuarta edad se puede decir con satisfacción que no se tienen críticos ni malquerientes. Como en el cuento de la viejita a la cual el Sacerdote, diciendo el sermón del perdón, le preguntó si tenía enemigos, a lo que respondió: “Ni uno solo, Su Reverencia; afortunadamente ya se murieron todos esos ‘hijuepuercas’”.


Twitter: @HoracioSerpa

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