Quien
desarrolla amor por las mascotas, ha descubierto uno de los sentimientos más
puro asociado a los afectos. Es adaptar a otro ser y adaptarse a convivir con
una especie distinta a la humana. Conexión sin idiomas e intuitiva. Son eternos
afectos que nos profesan, incondicionales y absolutos. Desde la perspectiva
humana, son los niños que nunca crecen, desde la perspectiva de las mascotas, a
lo mejor, somos los eternos amigos para jugar y acompañarnos. No entienden de
pasado ni futuro, solo viven y disfrutan del presente con quienes les brindan
protección. Presente, donde la emoción principal es esperarnos, recibirnos,
buscar nuestra mirada y segundos de atención. La espera puede ser de horas o de
décadas, pero siempre nos esperan. Y si no llegamos, hasta el último día de su
existencia, mantienen el dolor por la ausencia y la esperanza de volvernos a
ver.
En la
Ilíada, Argos el perro de Ulises, lo reconoció después de 20 años, y en la
emoción muere del corazón. La fábula se hace realidad cuando conocemos la
historia de Hachikó, el perro Japonés de Odate, que espero todas las tardes por
diez años a la entrada de la estación de tren de Shibuya, a su amo fallecido,
hasta que le sobrevivo la muerte.
Egilda
Parra, investigadora de “Creencias de las no ciencias”, cuenta que en algunas
culturas se piensa que al morir los humanos, quienes los reciben, en esa otra
etapa, son las mascotas que tuvieron y que cumplieron su ciclo de vida bajo la
protección de esas personas y en agradecimiento a ese tiempo, van a su
encuentro a darle la bienvenida. El simbolismo de lo que significan las
mascota, en muchas latitudes, no es gratuito. Una buena parte de la historia de
la humanidad da cuenta de ello.
En el
presente, hay pueblos en Asia, que al morir sus dueños, sacrifican a las
mascotas para evitarles el dolor de la ausencia. Afortunamente en Occidente,
esas prácticas no existen, pero lo que sí es cierto, es que muchos de estos
indefensos animales quedan totalmente desprotegidos en la ausencia por muerte
de sus protectores.
Las
mascotas, entre muchas de sus bondades, estas se integran fácilmente a la
familia o se adaptan a las soledades de sus amos. Estimulan el sentimiento de
compañía, confianza y seguridad. La sola interacción con ellos, nos distrae y
elimina el stress. Estos singulares animales, poco entienden de decepciones,
depresiones o de nuestra cosmo visión, pero sienten o perciben lo que sucede.
Su intuición les da la capacidad de detectar el peligro y alertar. Y si de
grandes peligros tenemos que hacer referencia, con las mascotas nos libramos de
ser víctimas de instintos típicamente humanos como la envidia, soberbia,
venganza, crueldad, odio, entre muchos otros. Razón tenía el poeta inglés Lord
Byron al sentenciar: “Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”.
Si aún
no han tenido la oportunidad descubrir el mundo de las mascotas, están a
tiempo. Dele a su vida ese privilegio. (www.azulambientalistas.org).
@naturaambiental
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